sábado, 10 de enero de 2015







Nos dice el Hermano Roger:

Si cada uno comprendiese: Dios nos acompaña hasta en nuestras insondables soledades. A cada uno le dice: «Tu cuentas mucho a mis ojos, tu eres precioso para mí, y te amo.» [Isaías 43,4] Sí, Dios no puede más que dar su amor, ahí está el todo del Evangelio.  
Lo que Dios nos pide y nos ofrece, es acoger sencillamente su infinita misericordia.  
Que Dios nos ama es una realidad a veces poco accesible. Pero cuando descubrimos que su amor es ante todo perdón, nuestro corazón se apacigua e incluso se transforma.  
Y somos así capaces de olvidar en Dios lo que acosa al corazón : ahí está la fuente donde volver a encontrar el frescor de un impulso.  
¿Lo sabemos suficientemente? Dios nos entrega semejante confianza, que tiene para cada uno de nosotros una llamada. ¿Cuál es esa llamada? Él nos invita a amar como él nos ama. Y no hay amor más profundo que ir hasta el don de sí, por Dios y por los demás.  
Quien vive de Dios elige amar. Y un corazón que decide amar puede irradiar una bondad sin límites. Para quien busca amar en la confianza, la vida se llena de una belleza serena.  
Quien elige amar y decirlo con su propia vida es llevado a interrogarse sobre una de las cuestiones más fuertes que existen: ¿cómo aliviar las penas y los tormentos de los que están cerca o lejos?  
¿Pero qué es amar? ¿Será compartir los sufrimientos de los más maltratados? Sí, es eso.  
¿Será tener una infinita bondad de corazón y olvidarse de sí mismo por los otros, con desinterés? Sí, ciertamente.  
Y aún más: ¿qué es amar? Amar es perdonar, vivir reconciliados. Y reconciliarse es siempre una primavera del alma. 



Hermano Roger, Carta inacabada

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